Álvaro, Gonzalo y Morgana Vargas Llosa, hijos del Nobel, fueron retratados con una pequeña urna con las cenizas del padre. Esta vez no hubo declaraciones a la prensa.
Fue un momento íntimo. La familia y sus más cercanos amigos llegaron la tarde de ayer al crematorio del Ejército del Perú. Una breve espera y luego, Àlvaro Vargas Llosa, Gonzalo y Morgana, hijos del nobel, fueron retratados con las cenizas del ilustre peruano.
Álvaro y Gonzalo tenían entre las manos dos urnas. Podía sentirse el dolor. Morgana, desencajada, avanzaba despacio.
Horas antes, Alvaro -desde la puerta de la casa en Barranco- agradeció las muestras de afecto tras el deceso de Mario Vargas Llosa: "No tengo otra cosa que decir que Perú ha perdido a uno de sus mejores hombres y nosotros a un ser infinitamente querido que vamos a echar de menos", comentó. Era el velatorio, en total intimidad. No se compartieron fotos.
Fue un momento íntimo. La familia y sus más cercanos amigos llegaron la tarde de ayer al crematorio del Ejército del Perú. Una breve espera y luego, Àlvaro Vargas Llosa, Gonzalo y Morgana, hijos del nobel, fueron retratados con las cenizas del ilustre peruano.
Álvaro y Gonzalo tenían entre las manos dos urnas. Podía sentirse el dolor. Morgana, desencajada, avanzaba despacio.
Horas antes, Alvaro -desde la puerta de la casa en Barranco- agradeció las muestras de afecto tras el deceso de Mario Vargas Llosa: "No tengo otra cosa que decir que Perú ha perdido a uno de sus mejores hombres y nosotros a un ser infinitamente querido que vamos a echar de menos", comentó. Era el velatorio, en total intimidad. No se compartieron fotos.
¿QUÉ PENSABA VARGAS LLOSA DE LA MUERTE?
En una de sus frases más memorables, Mario Vargas Llosa afirmó a la BBC: “La muerte a mí no me angustia. Hombre, la vida tiene eso de maravilloso: si viviéramos para siempre sería enormemente aburrida, mecánica. Si fuéramos eternos sería algo espantoso. Creo que la vida es tan maravillosa precisamente porque tiene un fin”.
Para el autor de Conversación en La Catedral, la eternidad no era un deseo, sino una amenaza. Imaginaba la inmortalidad como una condena a la rutina, a la repetición sin sentido. Una vida sin final, decía, perdería su magia, se volvería predecible y desprovista de emoción.
Lejos de temerle, abrazaba el paso del tiempo como parte esencial de la condición humana. En su mirada, era precisamente la certeza de la muerte lo que daba profundidad, urgencia y belleza a la experiencia de vivir.